Esta vez, para bucear

Regreso a Asia junto a mi hermano Fermín. Él es veterano en las cosas del submarinismo, yo lo soy en el continente. Juntos nos sumergiremos en las azules aguas del golfo de Tailandia, en la isla de Ko Tao. Un paraíso terrenal, dicen... y marino.

domingo, 12 de abril de 2015

La última inmersión



Cambio de chip como de calcetines. La verdad es que, en contra de lo que pueda parecer, hago las transiciones entre viajes y vida cotidiana de manera poco traumática. Por eso hoy, cuando he llegado a casa, he besado a mi madre, he comido las endivias rellenas y el plato de canelones caseros que nos había preparado a mi hermano y a mí, y nos ha preguntado por el viaje, Bangkok, los tiburones de Ko Tao, o los edificios de Dubai, le he contestado como si hiciese años que estuve allí. En realidad fue ayer cuando admiraba las macroconstrucciones de la ciudad arábiga. Y después de siestear un poco y poner alguna lavadora, me he ido a corregir los exámenes que no me dio tiempo a revisar.

De momento, viajar no me deja resaca de las malas. Tengo la suerte de no dejar en los lugares que visito mi mente o mi corazón... soy más de llevarme a casa un poco de esos rincones sin caer en la melancolía. Si no, ¿cómo podría salir de casa una mañana de invierno fría y gris, con el moco asomando, si me obsesionase el hecho de que en ese momento, en algún paraíso terrenal, luce el sol y las olas del mar cristalinas acarician la arena blanca? Qué duro. No conviene. Es necesario cambiar el chip, insisto, no mirar hacia atrás sino, más al contrario, rodear en el mapa un futuro objetivo, un horizonte lejano que descubrir a la mínima oportunidad que se presente.


En mi mochila, esta vez han venido conmigo imágenes muy diferentes entre sí. Experiencias muy intensas concentradas en un breve espacio de tiempo -apenas una docena de días-. Por ejemplo, la pulcritud y enormidad de Dubai, sus lujos, sus desafíos a la naturaleza y a los límites de la arquitectura, la tormenta de arena que nos cegó en el primer minuto de viaje. Están en el macuto las ratas de Bangkok, sus olores, sus pagodas, sus bichos refritos, su vida nocturna electrizante, oscura y turbia. Y también el sosiego del mar del Sur de China, sus aguas transparentes, la vida que rebosa en sus fondos. Y el equipo de buceo, los protocolos de emergencia, el nitrógeno, la respiración profunda y pausada a 14 metros bajo el nivel del mar, la flotabilidad neutra. Está la gente de la escuela Pura Vida, nuestros amigos de Bilbao, Madrid, Cataluña, Colombia...  Y sobre todo está también mi camarada de viaje, mi hermano Fermín, con el que he estrenado aventura. Ayer cumplía 28 años tirado como un menesteroso en un aeropuerto. Y al final del día, aprovechando un desfase horario que nos regaló cinco horas, lo celebramos en Madrid con viejos amigos.


En fin, ahí queda el macuto, y unas pocas chinchetas más en un mapa que no se llena (y lo que le costará). Pero ahora lo que importa es que ya están corregidos los exámenes y planificada la semana. Proyectos, chavales, reuniones con padres, pasillos. Ese es mi próximo destino, tan intenso o más que los otros, y en el que nunca dejo de aprender y maravillarme. Cambio pues el blog por mi cuaderno de notas, el neopreno por la bata y, de nuevo, inmersión... ¡al agua patos!

Gracias por acompañarme. Hasta la próxima amigos.





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